Ha visto y ha vivido barbaridades.
Las bombas caían de forma aleatoria, mataban a madres y niños mientras comían o hacían sus necesidades. Morían como ratoncitos. Nosotros fuimos prudentes, nos marchamos a tiempo por el mismo túnel por el que entramos y que bombardearon poco después. Pero me fui con una culpa enorme, me tendría que haber llevado a tres o cuatro niños conmigo.
Vivió un mes con el ejército sirio de liberación, ¿cómo la aceptaron?
Las mujeres no tenemos mayor dificultad que ponernos un hiyab. En Afganistán me han recibido líderes talibanes, no te miran a los ojos y no te dan la mano, pero te tratan como a un profesional. Las dificultades las encuentras aquí, cuando vuelves.
¿...?
Aquí hay más discriminación, nos invitan para hablar de "mujer reportera en zonas de conflicto" o de la violación de la mujer en África. ¿Qué pasa? ¿Nosotras no podemos hablar de la guerra de Siria?
Aun así, cada vez son más las mujeres reporteras de guerra.
Sí, en Libia la mitad eran mujeres, y fueron las primeras en entrar en las calles de Trípoli. En otros países como Francia o Inglaterra no se cuestionan estos temas, aquí todavía queda machismo en las redacciones.
¿Cuál fue su primer conflicto?
La guerra de Georgia en el 2008. Me di cuenta de que no pasaba el miedo que me imaginaba que pasaría. Ver de primera mano y hablar con los protagonistas me pareció el gran periodismo.
¿Lo ratificó en Afganistán, el Cáucaso, Mali y las revoluciones árabes?
Sí, he encontrado mi camino y me ha transformado. Enfrentarme a la muerte me ha ayudado a valorar a las personas que tengo a mi alrededor y a priorizar: ya no le doy importancia a las cosas materiales y sí a las espirituales. He descubierto lo fácil que es matar y lo difícil que es conquistar la paz. Y que hay mucha gente buena.
¿Le gusta jugarse la vida?
No, pero los reporteros en plantilla son una especie en extinción, sólo los free lance cubrimos estos conflictos: nos enviamos a nosotros mismos y elegimos el tiempo que nos quedamos. Ahora los medios envían un equipo para filmar cómo cae la primera bomba y se largan. Dicen que no hay dinero, pero sí lo hay para el circo espectáculo.
¿Obedece a los presentimientos?
Sí, escucho mis tripas y si me dicen que no debo ir, no voy. Perdí un billete de avión a Afganistán porque tuve un presentimiento.
¿Qué más ha aprendido?
Que todos podemos llegar a ser asesinos, que hay circunstancias que te llevan a eso. Y cuán difícil es no tomar partido, no alegrarte de que alguien muera.
La muerte allí es otra cosa.
Aquí maquillamos a nuestros muertos, la muerte es fea. Allí los pasean, y aunque tengan media cara arrasada por una bomba los besan, tienen familiaridad con la muerte; aquí la escondemos, de manera que no somos conscientes de que podemos morir mañana. Si lo fuéramos, viviríamos con más intensidad y seríamos más felices.