El derrame cerebral que sufrió Miguel Boyer la madrugada del lunes, y del cual se recupera satisfactoriamente, ha vuelto a actualizar su historia de amor con Isabel Preysler. Una relación que oficialmente comenzó cuando el marques de Griñón abandonó el hogar familiar de la calle Arga con sus dos hijos en julio de 1985, aunque oficiosamente ya llevaban tiempo de encuentros privados.
En realidad, estos amores eran un secreto a voces del que se hacían eco los columnistas políticos. Entre ellos se encontraba Raúl del Pozo, que el 9 de febrero de 1982 escribía en Interviú: “El crecimiento de Miguel Boyer se esboza en la alcoba de Isabel Preysler”. También son reseñables las declaraciones del ministro Morán, que en un coloquio del Club Siglo XXI echaba más leña al fuego asegurando que “se podía traicionar una causa por una bella oriental” en clara referencia a su colega de Gobierno.
Los rumores se acrecentaban cada día y, aunque había un seguimiento total a la pareja por parte de los paparazzi, no hay que olvidar que el superministro de Economía y Hacienda tenía un poder casi omnímodo y pocos se atrevían a publicar las fotos.
Miguel Boyer no lo tuvo fácil. Desde su propio partido le lanzaban dardos envenenados día sí y día también. No entendían cómo un socialista con su excepcional bagaje académico y cultural, casado con la doctora Arnedo, una mujer posicionada en las filas del feminismo y que le había ayudado en su trayectoria profesional, lo dejaba todo por Preysler. En ese momento, Isabel era la representación patente de la derecha más frívola y consumista de aquellos años. La guerra despiadada entre Boyer y Guerra sirvió para que la gente se posicionara y nunca a favor del ilustrado ministro.
Isabel, por su parte, tampoco lo tuvo fácil. Lo más suave que la llamaban era “aprovechada”. La sociedad apoyaba incondicionalmente al marqués de Griñón y detestaban al ministro. De Boyer llegaron a decir que se había portado muy mal, ya que “se bebió su whisky, se fumó sus puros y le robó la mujer”. Esta frase hacía alusión a la aparente buena relación que tenían el matrimonio Boyer/Arnedo y Griñon/Preysler, que solían compartir fines de semana en la finca de Malpica en Toledo, noches de cenas en los restaurantes de moda y días de playa en Ibiza.
El primer encuentro de la ‘reina de corazones’ y el intelectual llegó de la mano de Mona Jiménez, que preparaba en su casa unas lentejas con coloquio incluido. Por su domicilio pasaban intelectuales, escritores, académicos, políticos de todas las tendencias y, de vez en cuando, algún personaje social. En uno de estos encuentros coincidieron Isabel Preysler y Boyer. La atracción fue mutua y desde ese día ambos se hicieron asiduos.
El problema residía en que ambos estaban casados y eran aparentemente felices. Pero igual que al campo no se le puede poner puertas, tampoco al amor y a la pasión. Una vez que la relación era más que evidente y ya no había vuelta atrás decidieron vivir juntos en el chalet del Viso en agosto de 1985. Meses antes Boyer había dimitido como ministro de Economía y Hacienda, después de haber librado una batalla por el poder con Alfonso Guerra. En realidad, queda más romántico decir que había dimitido por amor, aunque la verdad era otra. Boyer estaba harto de tantas intrigas y quería empezar una nueva vida, que pasaba por incorporarse al mundo empresarial.
En aquel momento casi nadie veía claro el futuro de la pareja y se hacían apuestas para ver cuánto tiempo tardaría Isabel en cansarse de él. Oficialmente, los matrimonios de Preysler duraban siete años, un número que parecía marcar sus ciclos sentimentales y que, en el caso de Boyer, ha superado con creces. Desde su primer encuentro han pasado treinta años. Como dijo Isabel Preysler cuando estaba a punto de romper con Griñón: “Tal vez un día me enamore para siempre”. Y, efectivamente, la entrega de la ‘reina de corazones’ al ex ministro ha sido total. Ahora sólo hay que esperar a que la recuperación física de Miguel Boyer evolucione favorablemente, para que vuelvan a unir sus caminos muchos años más.
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