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sábado, 29 de octubre de 2016

Carmen Diez de Rivera

Poco a poco fui conociendo mucho más de su vida y su personalidad que el morboso origen de su tragedia. Recurrentemente se me aparece para ampliar mi encantamientohacia su figura. Una figura que ha sido injustamente tratada. No porque no se valorara su mérito sino porque siempre se dejaba caer, en cualquier comentario, su condición de mujer bella. Un comentario enormemente machista de Francisco Umbral (el de “yo ha venido a hablar de mi libro”) es suficientemente ilustrativo: “Con el físico que tú tienes, para qué quieres trabajar”. Por ello, su cercanía al presidente Suárez y al rey Juan Carlos siempre ha sido vista con ojos lujuriosos (quizá los que la miraban a ella), dejando atrás que ambos utilizaron su persona no por su físico sino por sus mejores cualidades: su inteligencia, su talento, su competencia y su capacidad de trabajo. Conocía cinco idiomas, lo cual en la política española significaba (y significa) un valor por pocos alcanzado y más en aquellos tiempos de la Transición en que España deseaba abrirse al mundo.
Para los que no conozcáis a Carmen Díaz de Rivera, os introduzco un poco su biografía, más o menos en la forma que yo accedí a ella. Nació un 29 de agosto de 1942 como fruto de una relación extramatrimonial de Ramón Serrano Suñer, el cuñadísimo, pues estaba casado con una hermana de Carmen Polo, esposa de Franco, y María Sonsoles de Icaza, casada con Francisco de Paula Díez de Rivera, marqués de Llanzol. Todo Madrid conocía los amoríos del cuñadísimo, incluso su propio marido. Pero la figura del entonces Ministro de Asuntos Exteriores, que se codeaba con la victoriosa Alemania de Hitler era demasiado poderosa. La primera relación de Carmen Díez de Rivera con la historia de España sucede en el mismo momento de su nacimiento. Sólo dos semanas antes se produjo en Bilbao el conocido atentado de Begoña: un intento por parte de dos jóvenes falangistas de acabar con la vida del ministro del Ejército, confeso monárquico y amigo personal de Franco. La historia siempre nos ha contado que aquel atentado le costó el puesto a Serrano Suñer, el cuñadísimo, y su alejamiento de la política para siempre. Pero quizá en la decisión de Franco también pesaran motivos personales. Aunque eran conocidas las relaciones de Ramón con la marquesa de Llanzol, el nacimiento de la niña no debió sentar nada bien en la casa de los Franco, donde se cuenta que su cuñada, doña Zita Polo, lloraba amargamente por los rincones, pues era el vivo retrato de su padre: ojos azules, como el mar Mediterráneo (ese que luego tanto amó), cabello claro y una belleza que ya se atisbaba desde la infancia. El caso es que Serrano Suñer fue destituido el 3 de septiembre de 1942, Carmen Díez de Rivera tenía menos de una semana de vida.
Nunca reconoció Serrano Suñer a su hija, las circunstancias sociales lo impedían. Estas mismas circunstancias hicieron que ambas familias siguieran guardando las apariencias, tan importantes en la sociedad aristocrática de la época, y la relación entre ellas se mantuvo: veraneaban juntas en Oropesa del Mar y convivían en el elitista barrio de Salamanca de Madrid. Ello hizo que Carmen mantuviera su relación con los hijos e hijas de Serrano Suñer y su mujer Zita Polo. Así nació algo más que una amistad entre ella y uno de dichos hijos. Cuando cumplió diecisiete años se acercó a la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción, donde su párroco era íntimo de la familia. Deseaba que intercediera ante ella para que, una vez cumplidos los dieciocho años, se pudiera casar con su novio. Fue entonces cuando a Carmen le cambió la vida para siempre: el sacerdote le contó la verdad. No podía casarse con aquel chico pues era su hermano por parte de madre. Ella misma cuenta, en un extracto de sus no conservadas memorias, su sensación en aquel momento: “yo noté que algo se me había roto dentro”.
Intentó rehacerse de aquel golpe, pero nunca lo consiguió. Se dedicó a los estudios (Ciencias Políticas), se puso a trabajar (Revista de Occidente), ingresó en un convento. Pero nada podía hacer olvidarle aquello. Cuando acabó la carrera, decidió marchar a África, a Costa de Marfil, donde se convirtió en una pionera de la cooperación internacional, al servicio de una ONG francesa. En 1969 volvió a España. Volvió completamente cambiada. Su contacto con África le dio a conocer un mundo que jamás había visto en el Madrid del barrio de Salamanca: la pobreza, la miseria, la injusticia. Como la relación con su familia era inexistente decidió buscar trabajo, lo que en la España de la época era tremendamente inusual en una mujer, y menos de su posición social. Marchó a Radiotelevisión Española a ofrecerse al joven Adolfo Suárez que acababa de ser nombrado su presidente. Allí se ocupó de las relaciones internacionales del Ente, debido a su conocimiento de idiomas. Cuando Suárez deja el cargo, Carmen abandona con él, pero tras el nombramiento de aquel como Ministro-Secretario General del Movimiento, la rescata nombrándola Jefa de Gabinete. Ese mismo cargo pasa a ocupar cuando Suárez es nombrado Presidente del Gobierno. Aquí nació el mito de Carmen como musa de la Transición. En los ambientes políticos de la época se consideraba que Carmen era algo más que una Jefa de Gabinete, y me refiero ahora a temas exclusivamente profesionales. En ocasiones asesoraba a Suárez, y al Rey, en las decisiones a tomar. Especialmente conocida es su postura favorable a la legalización del Partido Comunista. Ella fue quien primero se entrevistó con Carrillo, a instancias de Suárez, cuando aquel estaba ilegalmente en España.
Pero sus ideas estaban bastante lejanas a las del Presidente Suárez a quien siempre llamó el señorito, por sus aires de grandeza impostada y sus continuos deseos de agradar, especialmente por su carisma. Es más, nada más conocerse, la procaz sinceridad de Carmen le llevaron a decirle al entonces Presidente de Radiotelevisión Española “pero cómo un hombre tan joven puede ser tan fascista”.
Esas ideas progresistas le fueron alejando poco a poco de Suárez, especialmente desde el momento de la convocatoria de las elecciones de 1977 y la formación de la UCD. Ella ingresó en el Partido Socialista Popular de Tierno Galván, pero la fagocitación de este partido por el PSOE la alejó de la política. En 1987, Suárez volvió a llamarla para integrar las listas de su nuevo partido, el CDS, al Parlamento Europeo, donde compartió cartel, por ejemplo, con Eduard Punset. Fue elegida eurodiputada, pero dos años más tarde abandonó el CDS y se pasó al PSOE disgustada con el ingreso del partido de Suárez en la Internacional Liberal. Ese mismo año, su vida dio un nuevo giro trágico: le fue diagnosticado un cáncer de útero. Pero no abandonó su misión en Estrasburgo: se mantuvo como eurodiputada hasta principios de 1999. Existen unas imágenes de Carmen Díez de Rivera despidiéndose de la Eurocámara, prácticamente vacía por cierto, que son de una emotividad impactante. Nada en su voz indica lo que estaba sufriendo, sólo transmite una imagen de responsabilidad desconocida en la política.
Por todos estos motivos su figura, de cuando en cuando, es rescatada, pero no siempre en sus verdaderos y más nobles valores. Así, el año pasado se llegaron a juntar tres libros sobre ella: El triángulo de la Transición (en referencia al Rey, a Suárez y a Carmen Díez de Rivera) de Ana Romero, El azar de la mujer rubia, de Manuel Vicent, y Lo que escondían sus ojos, de la periodista Nieves Herrero. Los tres explotaban lo más morboso de su persona y eran tremendamente oportunistas. Las infidelidades del Rey estaban de moda, a Suárez le quedaba poco y Carmen Díez de Rivera no podía defenderse, pues llevaba casi catorce años muerta. Si todos estos libros ofrecen una visión injusta de Carmen Díez de Rivera, el primero de ellos incurre en uno de los peores pecados: la traición. El triángulo de la Transición, de Ana Romero, es en realidad una reedición de Historia de Carmen, libro que en 2002 escribió la misma autora después de que Carmen Díez de Rivera le concediera una entrevista, en los últimos días de su vida, y le permitiera copiar algunos textos de sus memorias. Aquel libro pasó con más pena que gloria, pero el año pasado Planeta consideró que era buen momento para la reedición cambiando el título y la portada. En ella no estaba ya sólo el nombre de Carmen y su fotografía, sino la de Suárez y el Rey. Y el título se cambió. Los asuntos del calzoncillo bajado en la política española estaban de moda. Desde luego si Carmen viviera, sus improperios se oirían más allá del Pirineo. Pero, en suma, lo que le ocurre a Carmen después de su muerte no es más que ahondar en la tragedia que le persiguió toda su vida.
Ayer, nuevamente, su figura se me apareció para conocer más y mejor su vida, especialmente su vertiente humana y política, más allá del morbo de su vida privada. La 2 emitió el documental Quiero ser libre. No suele ser España un buen lugar para hacer documentales biográficos, pues se suele caer en la hagiografía política o en la más abyecta de las críticas ad hominem, pero éste se trata de un documental excelente. No puede dejar de mencionar la azarosa vida privada de Carmen, pero ahonda, sobre todo, en el análisis de su pensamiento político y de las relaciones con quienes tuvo más cerca. A veces, personas desconocidas, como Ana, la persona que la cuidó en sus últimos días. Quizá, seguro diría yo, que también influiría el momento en el que me coge la visión de este documental: un fuerte desencanto por la política española y la falta de ética en la vida pública. Recorrer en el documental algunos de los episodios de su vida ha ampliado el encantamiento que desde hace años me produce Carmen Díez de Rivera.
Su vida no fue fácil, su muerte tampoco, pero personalmente supone para mí un ejemplo de ética, responsabilidad, coherencia, compromiso que son prácticamente desconocidos en la política española. En una época en la que nos desayunamos con un escándalo tras otro, en una época en que los políticos sólo piensan en mantener su modus vivendi, traicionando electorados, ideas y compromisos, la figura de Carmen Díez de Rivera se hace más grande. Siempre decía lo que pensaba, nunca se plegaba a las directrices de los partidos (como el propio Alfonso Guerra reconoce en el documental), abogó por las listas abiertas ya en 1977 y siempre fue leal con quienes estaban a su lado. Ya en 1976, decía en ABC que “si el capital no cambia de manos, todo seguirá igual” y ella dedicó el suyo, logrado con su trabajo, pues su familia nunca aceptó su visión de la vida, a hacer felices a quienes la rodeaban. Becó a los hijos de una costamarfileña con quien compartió vida en su etapa africana, también lo hizo con los de Ana, la cuidadora que estuvo junto a ella los últimos días. Y se dedicó en Estrasburgo a algo inusual: trabajar. Es impactante verla en sus discursos de defensa del medio ambiente ante una Cámara casi vacía, apoyando enmiendas de IU porque le parecían justas. Y es desoladora la imagen de la Presidenta del Parlamento Europeo pidiendo un minuto de silencio el día después de su muerte ante una Cámara en la que no habían más de dos docenas de diputados de casi un millar que tienen asiento.
Sería prolijo describir todos los motivos que me llevan a admirar a esta extraordinaria mujer. Otro de ellos es su clarividente olfato político. Quienes seguís este blog habitualmente conocéis mi desencanto con la Inmaculada Transición. Esto también me une a ella. Aunque protagonista, no ocultaba sus carencias y sus debilidades. Por ejemplo, la partitocracia y “la obsesión (de los partidos) por tratarnos como menores de edad” que pervive hoy. O esta frase que suscribo: “en veintitres años nos hemos aprendido todos los trucos de la italiana”. Y su lucha por demostrar, a cada instante, que bajo aquel bello semblante había otros valores. Fue una constante en su vida, tener que demostrar su valía como ser humano, más allá de su encanto físico. Ya cansada de ello, durante una visita institucional del canciller Helmut Schimidt, y harta del “machismo ambiental” de las altas instancias españolas, decidió vestir una camisa semitransparente. Cuán difícil lo tienen las mujeres inteligentes: si son atractivas es que han llegado allí por si físico, si no lo son pronto se suelta la frase “su belleza está en el interior”. Por cierto, os aconsejo la “inteligente” reflexión sobre el tema de mi amiga Elena en su blog Mujeres de Piel: “La belleza no está en el interior”.
Por ello, si veis el documental quizá os lleve a pensar, como a mí, que política y decencia son posibles, aunque ella misma lo pusiera en duda en una de sus más conocidas frases: “la soledad es el precio de la libertad”.
Como a Carmen Díaz de Rivera ya no le puedo transmitir mi admiración, dedico estas 

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